Ese domingo, Mario había salido temprano a comprar el pan. La panadería quedaba a pocas cuadras, y el día estaba soleado, ideal para caminar un poco.
Varios vecinos se encontraban baldeando sus veredas o lavando el auto. Mario, muy estimado en el barrio, era saludado por todos:
- ¿Cómo anda, don Mario?
- Muy bien, don Felipe, ¿Qué cuenta?
- Bien, acá esperando a los nietos que vienen a ver el partido.
- ¡Sí!. Yo salí temprano a hacer las compras así me queda toda la tarde libre.
- Bueno don Mario, ¡que tenga buen día!, ¡Y que ganen los Linces!.
- ¡Hasta luego don Felipe!.
Y así con varios vecinos. Mario era aficionado al futbol, y esa tarde jugaría el equipo de sus amores (Los “Linces”). Por nada en el mundo se perdería el partido.
Faltando una cuadra para la panadería, cuando pasaba frente a la tienda de electrodomésticos, Mario percibió algo extraño. Se detuvo un momento frente a la vidriera, y observó detenidamente un televisor que allí se exhibía, y que estaba mostrando un programa sobre la “previa” del partido.
Luego de fruncir el ceño, buscó entre sus ropas el control remoto universal que siempre llevaba encima, y rápidamente tecleó el código de ese televisor (se sabía de memoria la mayoría de los códigos de todas las marcas). Luego apuntó al televisor y presionó el botón “Volumen+”, subiendo un punto el volumen del mismo, que de esta manera quedó configurado en “16”.
Mucho más tranquilo ahora, siguió su marcha hacia la panadería. Resulta que Mario tenía una cábala, que de a poco se fue convirtiendo en obsesión: no podía dejar el volumen del televisor en un número impar. Mucho peor si ese día jugaba su equipo. Un número impar en el volumen podía significar una irremisible derrota. Por eso había cambiado ese odioso “15” en el televisor de la tienda. ¡Era inadmisible que por un descuido como ese su equipo perdiera!.
Y finalmente llegó la tarde. El barrio era muy tranquilo y la mayoría de los vecinos dormían la siesta. Excepto quienes gustaban del futbol. Por ejemplo, los nietos de don Felipe habían llegado a lo de su abuelo, y se encontraban en ese momento sentados frente al televisor, gorro y banderines de por medio, alentando a su equipo. Y Mario en su casa hacía otro tanto, con su preciado control remoto a mano y la tele en volumen 12, para no molestar con el partido. Los ravioles de su mujer habían hecho buena mella en la familia, y todos dormían menos él.
El equipo venía bien, pero el partido resultaba un poco aburrido. Todavía no habían convertido ningún gol, pero estaban jugando mejor. Mario abrió una cerveza, y se arrellanó mejor en su asiento. Se ve que la cosa venía lenta.
En eso, justo cuando los ojos comenzaban a cerrársele a causa de la modorra, el equipo tomó la pelota y salió rápidamente en contraataque. Mario se sentó al borde del sillón, apretando los puños. Entonces, cuando el delantero pateó hacia el arco vacío, inexplicablemente el televisor mostró la leyenda: “Volumen --- 13”, y el tiro del atacante dio en el palo.
Mario no salía de su asombro. Agarrándose la cabeza con una mano y ahogando un grito de angustia, buscaba el control remoto sin perder detalle del partido. El equipo rival, a su vez, robó la pelota en el área, y las cosas estaban complicadas para los Linces.
Cuando Mario logró encontrar el remoto, cambió nuevamente el volumen a “12”, y justo en ese momento, un defensor de los Linces le quitó la pelota al adversario, y tras un largo pase habilitó a un compañero que se encontraba cara a cara con el arquero rival. Pero el televisor le jugaría otra mala pasada a Mario, cambiando nuevamente y por sí solo el volumen a “13”, y luego a “15”, ¡sin pasar por el “14”!. Así fue que el atacante “Lince” se tropezó con la pelota, cayendo sentado en el campo de juego mientras veía como un adversario se llevaba el balón.
Mario estaba descontrolado. Presionaba frenéticamente los botones del control remoto, pero por alguna extraña causa, el volumen saltaba de dos en dos. O sea que al “15” le sucedía el “17” y luego el “19”, y hacia abajo pasaba automáticamente al “13”, al “11”, y así sucesivamente.
Entonces, se le ocurrió una idea: presionó: “Mudo”, (después de todo el “0” es par), pero la tele, lejos de quedar en volumen “0”, ¡pasó a “-1”!. Eso sí que era inexplicable.
Los efectos no se hicieron esperar y fueron devastadores: dos goles seguidos del equipo contrario. En solamente dos minutos, y faltando sólo uno para que termine el partido.
Mario estaba desconsolado. Su equipo perdería por su culpa, y no había nada que él pudiera hacer. Su manía con el control de volumen era la causa de tal catástrofe.
Entonces fue que abrió los ojos. Demoró unos instantes en darse cuenta de que se había quedado dormido. El partido todavía no había terminado. Faltaban dos minutos del tiempo suplementario, ¡y su equipo ganaba dos a cero!.
Mucho más aliviado, mientras anotaba mentalmente no comer tantos ravioles la próxima vez, bebió un sorbo de su cerveza, y buscó el control remoto, que al dormirse se le había escabullido en el sillón. Cuando lo encontró, lo apuntó cuidadosamente hacia el aparato, y elevó un poco el tono del volumen, a fines de escuchar mejor el final del partido.
- Veamos… yo lo dejé en “12”, así que si presiono dos veces rápidamente lo pasaré a “14”…
¡Cual no sería su sorpresa al notar que el volumen había quedado en “13”!. Seguramente al dormirse lo había presionado sin querer. Sin embargo, su equipo resultó vencedor de todos modos.
Ese día, Mario aprendió que el futuro no depende de las cábalas que podamos inventar (como la del volumen), sino de un montón de factores que nadie puede predecir.
No obstante, es muy tranquilizador para los nervios seguir alguna cábala. Incluso resulta divertido en algunos casos.
¡Hasta el control remoto aprendió algo ese día!. Sí, aunque no lo crean. El control aprendió a volar, luego de que Mario lo arrojara con todas sus fuerzas por la ventana abierta.